
Por Miguel Clariá
Miran con inocencia, pero reflejan culpas ajenas.
Hay chicos que miran con dolor y hay chicos que duelen cuando miran.
Duelen porque esos ojos devienen espejo de castigos innecesarios, inexplicables, injustos.
Ojos de niños sin pelota ni muñecas, sin navidades ni cumpleaños, ojos que perforan, que transfieren culpas que no son de ellos.
La lente de Ivanna Martin da testimonio. Es una manera, de las mejores, de comenzar a trabajar con esa certeza instintiva de que una gota será indispensable para que se llenen todos los océanos.
Con la convicción de que si los ojos de un chiquito, de uno solo, comienzan a brillar con la alegría que les corresponde por ley natural, habrá un mundo mejor para todos.
Hay chicos que miran con dolor y hay chicos que duelen cuando miran.
Duelen porque esos ojos devienen espejo de castigos innecesarios, inexplicables, injustos.
Ojos de niños sin pelota ni muñecas, sin navidades ni cumpleaños, ojos que perforan, que transfieren culpas que no son de ellos.
La lente de Ivanna Martin da testimonio. Es una manera, de las mejores, de comenzar a trabajar con esa certeza instintiva de que una gota será indispensable para que se llenen todos los océanos.
Con la convicción de que si los ojos de un chiquito, de uno solo, comienzan a brillar con la alegría que les corresponde por ley natural, habrá un mundo mejor para todos.
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