Por Ivanna Martin
Siempre me sentí conmovida por el contacto con los niños en el ejercicio de mi profesión. A decir verdad, no sólo en ella sino también en mi vida personal toda. Pero en mi camino periodístico podría decir que son sus miradas las que fueron marcando mis huellas. Por eso en algún momento, aunque no soy fotógrafa ni tengo pretensiones de serlo, comencé a captar sus ojitos con mi cámara porque, hasta ese entonces, sólo tenía cientas de miradas registradas en mi memoria. La idea de conservarlas de esta manera quizá me invadió simplemente por la posibilidad de volver a ellas cuando quisiera. Así fue y así es. Regreso seguido. Porque en cada una de ellas encuentro historias, realidades, vivencias intensas, anhelos. Porque es ahí donde contundentemente encuentro los motivos que son mi principal motor.
Esta humilde cruzada solidaria a la que tantos se han sumado y a la que, confío, se atreverán muchos más, es precisamente para ayudar a las miradas que no vemos, a las de los pequeños que por razones judiciales y porque están en riesgo no podemos mostrar. Con las miradas que vemos… por las que no podemos ver. Pero que están y que brillan con la misma intensidad, que reclaman con la misma amargura, que piden el mismo amor a gritos, que piden una vida más digna, un refugio mejor.
Por los niños de la Fundación Querubines, a quienes conocí uno por uno y me regalaron sonrisas y ojazos de todos los colores y tamaños y que esperan una mamá y un papá que los rescaten de las sombras del abismo y los lleven de la mano a volar alto, cerca de la felicidad.
Gracias a la solidaridad de mucha gente, de colegas y amigos, de particulares y empresas que comprenden que el don de dar está al alcance de todos, hoy es posible esta muestra.
A todos, inmensamente gracias.
Siempre me sentí conmovida por el contacto con los niños en el ejercicio de mi profesión. A decir verdad, no sólo en ella sino también en mi vida personal toda. Pero en mi camino periodístico podría decir que son sus miradas las que fueron marcando mis huellas. Por eso en algún momento, aunque no soy fotógrafa ni tengo pretensiones de serlo, comencé a captar sus ojitos con mi cámara porque, hasta ese entonces, sólo tenía cientas de miradas registradas en mi memoria. La idea de conservarlas de esta manera quizá me invadió simplemente por la posibilidad de volver a ellas cuando quisiera. Así fue y así es. Regreso seguido. Porque en cada una de ellas encuentro historias, realidades, vivencias intensas, anhelos. Porque es ahí donde contundentemente encuentro los motivos que son mi principal motor.
Esta humilde cruzada solidaria a la que tantos se han sumado y a la que, confío, se atreverán muchos más, es precisamente para ayudar a las miradas que no vemos, a las de los pequeños que por razones judiciales y porque están en riesgo no podemos mostrar. Con las miradas que vemos… por las que no podemos ver. Pero que están y que brillan con la misma intensidad, que reclaman con la misma amargura, que piden el mismo amor a gritos, que piden una vida más digna, un refugio mejor.
Por los niños de la Fundación Querubines, a quienes conocí uno por uno y me regalaron sonrisas y ojazos de todos los colores y tamaños y que esperan una mamá y un papá que los rescaten de las sombras del abismo y los lleven de la mano a volar alto, cerca de la felicidad.
Gracias a la solidaridad de mucha gente, de colegas y amigos, de particulares y empresas que comprenden que el don de dar está al alcance de todos, hoy es posible esta muestra.
A todos, inmensamente gracias.